Una frase de Michael Jordan cae como pelota a la canasta: “para aprender a triunfar, primero tienes que aprender a fallar”. Cada conclusión le abre el inicio para exhibir una versión mejorada de sí mismo, nunca se sabe si es porque así quiere o porque la vida está llena de pequeñas vidas. Del niño goleador con sed infinita, solo quedan los recuerdos de aquello que pudo ser y no pasó, pero el tiempo mueve trenes y no necesariamente el primero es ineludible. En Uruguay hablaban de la pegada del “Chino” Recoba y de las habilidades de un joven venezolano dispuesto a saber cumplir, como rezan las sagradas notas “charrúas”. Era la garra de uno contra el poder sin igual de otro, ambos vestidos con el uniforme de Danubio, prestos a materializar sueños que tomaban forma.
Pero por aquellos días, Sebastián no tuvo un Cano. Don Jorge no podía ser mejor papá de lo que fue y ninguna culpa cargaba por una decisión que asumió el protagonista en cuestión: regresar a Venezuela. Ya había demostrado mucho con el Centro Ítalo de Valencia, su único amor en canchas largas. Fue una especie de Totti valenciano: siempre fiel al mismo escudo. Puede que entonces, las condiciones del momento no tuviesen similitud con lo que ahora vivimos, pero no achaca sus motivos a nada que no sea propia responsabilidad. Asume y eso presume su personalidad de tipo categórico. De todas maneras, los caminos balompédicos no guardan relación con ninguna lógica. Eso es lo que conoce como el milagro, solo comparativo al efecto fecundación. Millones van y uno llega. De pronto, puede que dos. Es atípico hablar de tres y difícil, cuatro.
Adormecido en las maneras de un adolescente incapaz de dimensionar la magnitud de sus porqués, trabajar al lado de su figura paterna, para armar las bases del futuro sin mucho pensar en lo serio del caso, su nuevo yo mostraba un estilo más avanzado, responsable y centrado. Es administrador desde que entendió qué significa el ahorro, aunque después profesionalizara conceptos a través de métodos académicos adquiridos en las aulas. Sin querer, la propia experiencia forjaba al hombre que todavía, necesitaba años para aparecer.
Compartir pantalla con Carlos Alberto Muñoz en el súper canal del centro, sumando elogios de Filippo Sindoni, auguraba el regreso al escenario, todavía sin rol claro, pero orientado a la excelencia, que nunca deja de generar consecuencias. Comunicar es el arte universal que la humanidad comparte, por lo que ningún placer superaba al reto de decir todo aquello que pensaba, en pocas letras. Ganaba fuerza con cada hecho. Estaba loco por el gol. Volvía.
Con el reconocido periodista Humberto Turinese, emprendió un proyecto a comienzos del nuevo milenio, aquella revista única y exclusivamente, dedicada al incipiente impacto mediático dentro del universo futbolero vinotinto. Como buen delantero, conoce que llegar es mejor que estar, y entonces, reservó un espacio para el después: representar jugadores. Hoy es normal. Antes, lo más atípico.
Sebastián Cano Caporales detectó las bondades de una profesión naciente, casi con él de precursor. El 50% de su dinero, iba directo a una cuenta de ahorros. Con la otra mitad, cubría lo suficiente para tranquilo estar, siempre ligado al trabajo duro, pero con la mira puesta en impactar con fuerza y positivamente. Era su apuesta.
“No entré en este mundo por dinero, porque al comienzo, sabía que nada sería fácil. Mi papá me dio un consejo: guarda, porque los muchachos están pequeños y se debe invertir correctamente”, confesó. Podría cualquiera apoyarse en el aquí para decir lo que piense, pero darse una vuelta al pasado bastará cuando analicemos riesgos. Era el patrimonio de su vida. Fue su sudor.
Primero, Luis Manuel Seijas, con apenas 13 años; después, Josef Martínez, un pequeño de ocho calendarios. Eran relaciones de amistad sincera con el juego como factor primario al momento de las manos estrechar. Locura total, con sabiduría y paciencia detrás de cada acción. Solo creer bastaba y así todo fue.
El Centro Ítalo había visto desfilar al audaz artillero, que siete metros fuera del área, hizo gala de su picardía para que le pitasen un penal ante Napoli. Yo no estaba, pero seguía en las enseñanzas de nuevas generaciones. Cada niño que absorbiera sus vivencias, era la continuación de una promesa que en el aire quedó.
Y en el tiempo, muchas cosas ocurrieron: 25 carreras internacionales después, Cano cumple 20 años dirigiendo rumbos con éxito. La mitad de ese tiempo ha expirado desde el nacimiento de la Escuela Secasports, de la que es fundador. Todo, en un espacio pequeño, con 22 soñadores y un terreno recién removido. Cuando alguien hace lo que nadie, rompe paradigmas y algo nuevo atrae. Así fue. Entiéndase que ningún latino ha hecho más que Josef en Estados Unidos; que Venezuela tiene al 10 del Santos; que Osorio juega Champions y que otros más, siguen suspirando por escalar hasta lo más inmenso. Todavía quedan dos materias pendientes: jugadores en equipos grandes de Europa e ir al Mundial.
“No me arrepiento de las cosas que he hecho, pero sí me perdoné el no haber aprovechado la oportunidad de quedarme en Uruguay y ser futbolista. También me perdonaron los hechos y éxitos que hemos tenido”, confesó. Lo hizo porque grito adentro, la llama silenciosa del efecto deuda propia, se apagó. Puede no haber escalado, pero mucho ha hecho para que otros escalen. Le ha dado pasión al país, mediante su método particular: valora, avanza y entiende.
No es casualidad que Samuel Sosa le haya marcado a Uruguay. La vida es así. Fue la reivindicación de un espíritu combativo, pero noble. Los ha visto nacer, crecer y desarrollarse, reforzando sentidos que anteponen la persona al futbolista. De esto se puede vivir, pero sin ceder ante sorpresas del camino. Todo bien manejado ayudará a que nada salga mal. Ahí, regresa el administrador.
Josef Martínez aprendió que un celular no es más importante que la comida diaria, así pueda ser nuevo dueño de una gran compañía. Soteldo pisó más tierra que nunca, la noche que un accidente casi lo aleja del hábitat natural. Hacia todos, algo particular lo define, siempre con una característica en común: el trabajo como cultura mayor. Hay maneras de alcanzar cosas, todas luchando.
Navegando en alta mar, cerca de su conexión con aquello que representa la otra mitad de su alegría, sucumbió ante los efectos del miedo, pero con conciencia de resolución y amor centelleante por la vida. Es eso lo que ensancha a sus formas positivas, así tuviese que nadar 11 horas para escabullirse de lo peor. Cano es todo lo bueno que pueda ser, por lo que ha obtenido, pero más por las fórmulas que lo condujeron a resultados extraordinarios. Cada palabra renueva ilusiones, triturando sinsabores cuando entiende dónde está, sin desmarcarse de lo que mundialmente ocurre, pero también avanzando, como hiciera Don Quijote.
Hace apenas siete años, fundó la segunda sede de una academia que representa el sentir de miles. Van más de 1100 niños que a diario sonríen mientras persiguen balones y suman valores. No preside ningún proyecto, pero orgulloso está de ver en cada rostro un potencial crack en cancha y un ciudadano que ayude a su país.
Y después de tanto, con un lugar reservado en cualquier parte del mundo, entiende que nada se parece a la Venecia que se hizo pequeña. Su padre así se lo inculcó y él, vive en la felicidad. Los buenos tiempos son forjados por la voluntad del hombre trabajador, que hace lo que ama, pero por encima de todo, ama las razones del sacrificio diario. Por eso, es tan querido como respetado en el medio, con 20 Sudamericanos encima, miles de eventos formativos y un centenar de estadios recorridos a lo largo del globo. Lo importante: ha hecho, y la acción más pequeña, vale más que la intención más grande.
Cree en el futuro de la MLS, como fiel devoto a una declaración de amor. Agente, administrador, amigo y pescador. Da igual qué Cano esté al frente del presente. De cualquier manera, siempre irá con todo, esperanzado en ver a su suelo en lo más inmenso, con Vicente Salias y Juan José Landaeta orgullosos de la más hermosa creación hecha en este lugar, sonando ahora en oídos del mundo.
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